Después de superar los mareos típicos de las personas aposentadas en el continente, me voy haciendo al ritmo de la vida en el barco. Un ritmo pausado y constante, con su particular cadencia, su distinta forma de juzgar a cada momento qué es importante y qué es urgente.
Mi trabajo no es muy complicado, ayudando al cocinero del barco. “El único trabajo del barco en el que te juzgan dos veces al día”. Dice entre risas el cocinero. Pelando patatas y cortando las verduras en juliana canturreo al ritmo del reggie argentino. Son horas entre fogones y congeladores, aprendiendo cómo aprovechar al máximo los recursos disponibles en la despensa, inventando y creando para el disfrute de la tripulación. Voy tomando nota de los trucos del cocinero para aprovecharlos yo en el futuro.
Cuando estoy fuera de cocina, disfruto con los atardeceres del mar, las danzas de las gaviotas sobre las olas y el intercambio de vivencias de los marineros. Sus anécdotas en diferentes partes del mundo nutren mi imaginación. Paso del inglés al español constantemente, puesto que hay un amplio número de hispanohablantes a bordo. Las largas tardes son tranquilas. Aprovechamos para hacer balance, descansar, leer, ver películas y hablar de nuestras aburridas vidas en tierra.
Por la noche, cuando el temporal lo permite, disfruto de nuevo con un cielo preñado de estrellas como nunca jamás se ha visto desde tierra. Ayer no fue el caso. Camino de Mallorca el barco se balanceó como una atracción de feria fuera de control. Sin embargo, por la mañana llegamos a Mallorca y todo un nuevo mundo se abre ante ti.
En la ciudad todo son prisas. En la ciudad no hay horizontes. En la ciudad nunca miramos hacia las estrellas. No solemos pararnos a pensar lo bello que es este planeta. Nuestro paseo de sobremesa por los alrededores del puerto nos lleva a unos cuantos hasta un café. Noto cómo todavía llevamos el ritmo del barco. Miro a mi alrededor y todos van con prisas. Ni siquiera tomando el café se les ve relajados. Y entonces pienso: “La mayoría de las veces yo también debo ser así”. Seguro que cuando vuelva a casa esta experiencia me habrá aportado una nueva visión de la vida.
Sonia Bonaza, voluntaria de Greenpeace a bordo del Arctic Sunrise.
Pero por diosssssssssssss que haces en el barco sin tu compi de guardia??? Te parecera bonito… anda que…
Oye pq no pillas los mandos del barco y traes el barco pa tierras vascas????? Que tengo mono de open boat, eso si tambien necesito que haya gente diciendome «igooooooooooor rapido rapidoooooooo que hay mucha gente queriendo entraaaaaaaaaaar».
En fin, que me alegro mucho que estes en el barco, por la gente del barco por tenerte a ti, pero especialmente me alegro por ti, pq has conseguido estar ahi!!!!
Cuidate mucho y nos vemos pronto
Muxus
Agur
Me gustan las primeras impresiones. No son definitivas, pero son orientativas. Después de leer a Sonia, me da la impresión de que los de Greenpeace somos de una practicidad poética… o de una poetica práctica, y también por eso queremos salvar la Tierra (porque es bella, y porque estamos dentro). Y algo más: siempre buscamos el otro lado. Pensando en la ciudad cuando nos balanceamos en el mar. Soñando con el mar cuando nos balancea el Metro. Será por eso que tenemos una visión global del mundo (o a eso aspiramos, no?).
Tráenos olor a mar.
César
marinericaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa!!!
así que andas ya por mis tierras! jejeje
joooo me ha emocionado tu escrito… recordando la travesía en el RW, las estrellas, los balanceos (ahora que el arctic se lleva la palma! tengo entendido que es una coctelera flotante!)… y el mar y su tranquilidad.
en tierra nos olvidamos facilmente! aún así, en la isla la gente suele mantener cierta cadencia (pa lo bueno, y pa lo malo!) así que disfruta lo que puedas (o lo que te dejen jeje) de ellaaa!
mil besos pa ti, pal chef (yo sigo aplicando algún que otro trucoo! jeje), y a todos que no sé muy bien quiénes sois yaaa!!
ale besines des de belgilandiaaa
marramuaaaaaaaaas
y dadle canya a la roca, que la necesita! jiji
Sonia!…. que alegría saber que estás disfrutando de tu estancia en el barco. Estoy seguro de que, además de enriquecerte personalmente, aportarás un pequeño grano de arena en nuestra lucha constante por la paz verde en nuestro planeta Tierra. Te enviamos el más caluroso abrazo a tí y al resto de la tripulación del Artic Sunrise, esperando que los proyectos de Greenpeace se hagan realidad en un futuro muy próximo.
Saludos desde tus tierras majicas, por no decir mágicas….
Luis Villegas